La intuición que desarrollamos en la vida cotidiana resulta inútil y contraproducente cuando se trata de comprender el comportamiento del mundo cuántico, el cual descubrimos hace poco más de 100 años. El ámbito macroscópico actual, obedece unas reglas que son, por mucho, muy diferentes de las normas que obedecen partículas tan diminutas como los electrones. La evolución ha privilegiado la detección sensorial de las interacciones que se manifiestan, de alguna forma a nuestra escala, para responder a ellas usando nuestro cuerpo. Así, el mundo cuántico nos ha sido vedado: no se puede ver, oler, sentir, oír o gustar. Tropezamos con él gracias a que hemos conseguido extender la aplicabilidad de los cinco sentidos con aparatos de medición cada vez más sofisticados y precisos.